1990

Tengo 10 años y ninguna gana de ir a ver a un puente. Un puente que, encima, ni siquiera está construido. ¡Vaya idea: ir a ver a unas obras! Los adultos son raros: pueden ir a Disneyland si les dan la gana, ¡pero no! Prefieren ir a ver a un puente en obra...
Solo me queda un lejano recuerdo de esa primera visita del futuro puente de Normandía. Sigo viendo mi abuelo con cámara de fotos pidiéndonos que sonriamos delante colinas de tierras y excavadoras amarillas. Aun tengo la foto, donde estoy rodeado por mi familia: parezco aburrido con un chándal de nylon verde.

1994

Tengo catorce años y todavía ninguna gana de ir a ver a un puente, aunque esté construido. De verdad hay que ser idiota además de ser adulto para extasiarse así y encontrar extraordinario que un puente comunique dos orillas. Pffff ¡vaya! Menos mal que tengo mi walkman en mano, dos pilas de reserva, y mis casetes de Nirvana...
Guardo imágenes más precisas de esa segunda visita. Sin embargo era impresionante: dos pilares inmensos hacia el cielo, centenas de cables estirados, y los dos brazos del puente, extendidos uno hacia el otro, como dos manos que se buscan. Solo faltan unos metros, y esas dos manos delgadas por fin se tocaran.
Otra foto: tengo el aire falsamente hastiado de los adolescentes, los auriculares del walkman sobre las orejas, y una camiseta de Iron Maiden.

2014

Tengo treinta y cuatro años y muchas ganas de enseñar a mi hija esa obra maestra de la ingeniería civil que, a su época (después de todo no tan lejos ya que fue cuando era un niño...), estableció el record. El puente de Normandía era, en efecto, el puente atirantado más grande del mundo, comunicando Le Havre y Honfleur, por encima del estuario del Sena, sobre más de dos kilómetros de largo.
Por la época, fue un increíble desafío. Y todavía hoy en día, sigue siendo un ejemplo para todos los puentes atirantados del mundo.

Serví mi argumentación cifrada a Julie para hablarle de nuestra excursión: los pilares que sobrepasan la torre Montparnasse, de 20 000 toneladas cada uno, la calzada con cuatro carriles, más dos pistas para las bicicletas, y dos más para los peatones... Pero a ella le da igual las cifras y los records del mundo. No, lo que le interesa son las dos fotos:
-¿Eh, ese eres tú, con esa ropa muy fea? ¿Era abuela que te forzaba a vestirte así, para castigarte? ¿No vendrás a la escuela a por mi así, verdad?
- ¡En esa época, era de moda! ¡Pero bueno! Masculle delante mi hija riéndose. Clara, por su parte, se aguanta la risa.

Ya lo tenemos en vista, el puente de Normandía: siempre igual de inmenso, siempre igual de claro, casi blanco al sol. Los dos pilares, en forma de Y inversos, como dos gigantes anclados en el suelo, vigías vigilando frente al mar, fieles y fuertes a sus puestos. Siempre esos cables, que desde lejos son semejantes a hilos tenues, y la calzada delgada y curva como la vela de un barco.
De hecho ha sido concebido como un avión, para poder resistir a vientos de más de 300 km/h! Frente al temporal más terrible, lo enfrenta y flota como un albatros inmóvil, cubriendo el Sena de sus amplias alas.
Desde su inauguración, solo hubo un cierre, de apenas unas horas: ¡fue durante la memorable tormenta de diciembre 1999!

Concebido como un avión, en realidad se parece un velero gigantesco, a caballo entre río y mar, con su gran mástil y su palo de trinquete, con sus centenas de cables como aparejo, y su calzada tan ligera, tan delgada que pensaríamos hinchada por el viento, preparado para llevar el puente de Normandía hacia los océanos.
Pero el puente de Normandía se queda allí, para saludar cada cuatro años los antiguos buques que suben el Sena para la Armada de Rouen. ¿Existe algún arco más bonito para esos veleros que esa obra de más de 200 metros?

Aparcamos cerca del edificio, sobre el parking de la orilla derecha, del lado de Le Havre. La entrada es gratuita para los peatones: ¡porque si, se puede subir andando al puente de Normandía!
-¿Vamos del otro lado? Pregunta Julie
-No, solo hasta la mitad, al punto más alto, para ver el panorama. Luego volvemos aquí.

30 minutos de subida para llegar al punto culminante del puente, a medio camino entre los dos pilares. Casi dos kilómetros de caminata desde el parking. Cuanto más subimos, más impresionante es la vista, y más viento hay...
Sopla tanto que, al llegar arriba del todo, 60 metros por encima del Sena, uno ya no puede oír su propia voz. Eso le hace mucha gracia a Julie: ¡nos ponemos en línea, frente al viento, y gritamos! Nuestros gritos apenas nos llegan a los oídos, están aspirados, agarrados y dispersados a lo lejos...
A nuestros pies se extiende el estuario del Sena: miles de hectáreas de marisma río arriba, el puerto 2000 de Le Havre y el Canal de la Mancha con sus decenas de cargueros río abajo.

-¡Oh mirad! ¡Allí, ovejas! Julie apunta del dedo unas manchas blancas, a lo lejos.
-No son ovejas, la corrige Clara, ¡son caballos!
- ¿Caballos? ¿En las marismas?
- Si, leí eso en algún sitio: son caballos de Camargue, que se introdujo para cuidar de las cañas! Viven aquí como en estado salvaje, e impiden que las marismas se vuelvan prados.
¡Sabía que el estuario era un lugar de reproducción para todos los peces de la bahía, pero ignoraba que en Normandía había un trozo de Camarga!

Bajando, también tenemos la suerte de observar un ave zancuda, uno de esos pájaros especialistas en pesca a pie (como yo, de hecho...): con sus largas patas y sus picos afilados, pueden rebuscar en el cieno y comer las ranas y los moluscos. Hay que decir el estuario es un sitio mayor de las reservas ornitológicas: decenas de miles de pájaros vienen cada año encontrar refugio, allí están protegidos de la helada, la comida es abundante, y, en ese amplio estuario, están protegidos de los humanos...

Las aves zancudas: pájaros hechos para la vida acuática al igual que para elevarse en el aire.
Alli esta, echándose a volar, desplegando sus largas alas. Enseguida el viento hincha sus plumas y lo lleva alto en el cielo, su envergadura igual que la del puente de Normandía...